viernes, 12 de junio de 2015

La importancia de poner límites a nuestros hijos

Por supuesto todos tenemos claro que la infancia ha de ser una época en la que el niño se alimente de experiencias nuevas y agradables. Los padres son conscientes de ello y por tanto le dan a su hijo mucho amor, cariño, comprensión, apoyo, etc. Son actitudes absolutamente imprescindibles para que el niño se desarrolle adecuadamente, pero siempre hay que buscar el equilibrio entre lo que es poco y lo que es demasiado.

En los primeros meses de vida, madre e hijo son una unidad. El bebé depende completamente de la madre y de su amor incondicional. Todos los cuidados y su proximidad le aportan al bebé seguridad y confianza, la base para construir una buena autoestima.
Pero hacia el medio año aproximadamente ya podemos ir aflojando paulatinamente esta unión tan estrecha. El niño comienza a descubrir su propio cuerpo y sus capacidades. Comienza a experimentar: "¿Qué pasa si juego con la comida en vez de comer?", “¿Qué pasa si lloro desesperadamente cada vez que me visten?”, etc. Experimentando es como el niño aprende una gran lección: Cómo reaccionan los demás ante mi comportamiento.

Las normas sirven para regular la vida en sociedad, pero éstas pueden ser cuestionadas. En la etapa del "NO" el niño disfruta poniendo a prueba los mandatos de los padres; y esto es bueno para su desarrollo emocional y social. Cuestionándose las normas de la familia, van formando una opinión propia y aprenden a defenderla. Y las consecuencias pueden ser rabietas, lágrimas… pero éste es un gran aprendizaje tanto para el hijo como para los padres.

Cuando los niños repiten constantemente un comportamiento que molesta a la familia, cuando el hijo está desorientado y no sabe qué hacer, cuando todo el mundo pierde los nervios... es señal de que las normas no son claras y hay que practicar unos límites bien definidos. La generación de los padres actuales no quiere de ninguna forma transmitir a sus hijos una educación rígida que seguramente ellos han vivido y de la que puede que no tengan buenos recuerdos. Pero esta inseguridad de no saber cómo o no querer hacer las cosas, se convierte en intentos que no dan resultado; los niños se dan cuenta del grado de inseguridad y vulnerabilidad de los padres. 

Imposición de límites puede tener una connotación negativa, pero hemos de tener clara la diferencia entre autoritarismo y autoridad. Autoritarismo significa la sumisión incondicional del otro sin un objetivo de educar, sólo de someter. En cambio, autoridad significa que delimitamos un marco de referencia que ofrece una orientación positiva a nuestros hijos, pero dentro de este marco dejamos la máxima libertad que sea posible y lógica. No significa imponer la propia opinión y hacerse valer por la fuerza. Pero quien establece límites debe tener claro que debe estar preparado para afrontar discusiones con el niño, que es agotador pero necesario.

Si los niños aprenden que las normas no están hechas sólo para fastidiarle, si no que tienen un sentido, las respetarán más fácilmente. Pero un niño siempre hará lo posible para conseguir lo que quiere. Y muchas veces los adultos nos dejamos engañar fácilmente por el encanto de los niños y nos desdecimos de lo pactado. U otras veces ponemos un límite pero acabamos cediendo porque estamos cansados o porque estamos de mal humor. Es aquí donde los niños aprenden que pueden lograr que el adulto cambie de opinión y por lo tanto harán lo posible por no respetar la norma (ya que los niños tienen muy buena memoria y recuerdan que ha habido veces que los padres han cedido por falta de paciencia).

Podemos seguir unos pasos para seguir bien los límites:
  • Sólo decir "NO" cuando sea realmente necesario y uno esté completamente convencido. Si hoy es no, mañana sí, pasado mañana no sé... la credibilidad de los padres cae por tierra y el niño querrá probar hasta dónde puede llegar.
  • No hacer promesas falsas. No asegurar a nuestro hijo algo que no estamos seguros de que podremos cumplir. Hay que evitar frases como "Ya veremos", "Quizás mañana..." sólo para quitarnos de encima el problema.
  • Pensar con antelación qué se puede hacer en caso de que el hijo no obedezca la norma establecida y no muestre interés en respetar los límites establecidos. Si los dos padres están de acuerdo en qué hacer, la credibilidad se multiplicará por dos.
  • No hacer monólogos sobre un hecho que haya realizado mal el hijo. Antes de los 3 años los niños pueden tener dificultades para entender una explicación larguísima u hacia los 4 años aprenden a desconectar mentalmente. 
  • No empezar nunca una lucha de poder, que es hace frecuentemente por pura impotencia. "¡A ver quién aguanta más!" "¡A ver quién ríe el último!" Los niños tienen una resistencia increíble en todo: en gritos, en hacer ruido, en ir lentos...
  • No perder el control. Si el niño no respeta las normas nunca se debe poner el grito en el cielo y comenzar a gritar. Estas subidas de tono no hacen que las cosas mejoren. La única ventaja es que los adultos nos desahogamos, pero ¿queremos hacerlo así realmente? Muy importante: si nosotros perdemos el control, nuestro hijo sabrá que él tiene el control de la situación y lo pondrá a prueba una y otra vez. Por otro lado, también nos hace perder credibilidad ante nuestro hijo.
  • No finalizar con amenazas ni castigos del tipo "¡Ya se ha terminado la tele!" porque el niño no ha comido. Si no hay relación entre los hechos, el niño no capta el sentido de los castigos. Tampoco hay que mentir: "Si no cenas no tendrás regalos de Reyes". Esto puede provocar una mayor resistencia o que cambie su comportamiento por miedo, no porque esté convencido. Si se ha de castigar, que el castigo esté relacionado con la conducta en cuestión. 
  • Hay que tener en cuenta la comunicación no verbal. Los niños la interpretan fácilmente desde bien pequeños y siempre tiene más impacto el tono y la cara que las palabras en sí.  
  • No utilizar la ironía. Para los niños pequeños es muy difícil entenderlo. No digamos "¡La has hecho buena!" cuando lo que ha hecho no es correcto.
  • Nunca utilizar la violencia para educar. Por violencia entendemos dar una bofetada, encerrarlo en una habitación y también utilizar la superioridad para resolver el conflicto. Nunca hemos de aprovecharnos de nuestra fuerza para hacer que obedezcan. 

En conclusión, la educación es más que amor, ternura, comprensión y paciencia. La educación también implica establecer unos límites claros y enseñar a ser independientes. Unos límites que serán puestos a prueba continuamente, pero que supondrán una oportunidad para favorecer su desarrollo incidiendo en su seguridad, protección, autoestima, autonomía y en su comportamiento social.

Mª Carmen Gutiérrez Conde
Psicóloga col. nº 13.432
Creixement Global  


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